La karateca puntana, con tan solo 16 años, tiene podios sudamericanos, panamericanos y es la actual monarca de los Juegos Evita.
María Virginia Pérez tiene 16 años y es una de las grandes promesas del karate. Hizo atletismo, está aprendiendo a tocar la guitarra, pero cuando a los 7 años comenzó con las artes marciales, nunca más se separó. “Es un deporte que me gusta mucho y mis padres me mandaron por si algún día me encontraba sola y tenía que defenderme”, dijo con voz firme y segura esta morocha simpática que cursa el quinto año en la “Paula Domínguez de Bazán”. Tiene un sueño: estar en un Juego Olímpico. Y a los sueños hay que perseguirlos. Tiene potencial y todo para llegar bien lejos. Es cuestión de proponérselo.
Posee muchos títulos. Innumerables competencias nacionales e internacionales, pero más allá de los resultados, ella disfruta el deporte. Hacer amigos. Conocer gente. Subir al podio no es fácil. Para estar en la elite se necesita mucho trabajo. Y Virgina lo tiene. Va al colegio de las 8:00 a las 13:00. Regresa a su casa. Almuerza. El papá la lleva hasta la parada del cole para ir a entrenar al Campus de la ULP, donde practica de las 16:00 a las 18:00. Pega la vuelta a San Luis. Llega a las 19:00 y de ahí se va al Club Pringles para seguir con la actividad hasta pasadas las 22:00.
Entrena de lunes a sábado, sólo se toma el domingo si es que no hay algún torneo, sino tiene toda la semana ocupada. El título nacional, el tercer puesto a nivel mundial, el campeonato Panamericano, la presea de plata en el Sudamericano, el oro en los Juegos Evita, son frutos del trabajo y la responsabilidad de una nena de 16 años, que a pesar de tener ganas de salir a tomar algo con sus amigas, respira profundo, sabe decir que no, y se enfoca en el entrenamiento, que es lo único que la va a llevar a triunfar. En el deporte elite todos tienen jerarquía y técnica, la diferencia se hace con las horas de trabajo, ese es el plus que puede inclinar la balanza para un lado o para el otro.
Virginia tiene una gran ventaja: la ayuda familiar. Su papá Andrés y su mamá Zulema están en todos los detalles. Es la menor de tres hermanos. El mayor tiene 33 años, el que sigue 26; y ella es la mimada de la casa. Es perfil bajo. No le gusta mucho contar sus logros. Prefiere las reuniones familiares. Juntarse con las amigas en alguna casa o salir a comer. Es una chica sencilla. Con valores. Esos valores que le entregaron y le entregan cada día sus papis. Ella ve el esfuerzo de los viejos y es por eso que hace bien los deberes, no sólo en la escuela, sino también en el karate.
Es una agradecida. A cada rato nombra a la familia, al sensei Juan Carlos Frank, que la ayuda para ser día a día una mejor deportista. Se acuerda de Facundo Frank, que es uno de sus entrenadores. Hace una pausa y nombra a toda la gente del Campus de la ULP, desde el profe Guardia, pasando por el cuerpo médico, hasta sus compañeros que están con ella y la apoyan en cada torneo.
Cierra los ojos. Se le cruzan un millón de imágenes. Se ve en un podio con una medalla. No quiere despertar. Aunque sabe que el sueño es ahora, pero si sigue con la responsabilidad que la caracteriza, ese sueño se puede transformar en una hermosa realidad.
agenciasanluis
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