Compartimos una mañana de entrenamiento con el malagueño, mejor karateca del mundo en la actualidad, en el Centro de Alto Rendimiento del Consejo Superior de Deportes, lugar donde se prepara para una cita que tiene casi prohibido verbalizar: los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
El supuesto hermetismo de un deportista de élite hacia los medios, con cada palabra y entrevista medida al milímetro por su departamento de comunicación, ha creado un muro casi imposible de franquear. Solo en contadas ocasiones se tiene la posibilidad, y por la vía rápida, de compartir conversación con un líder mundial y pionero en su disciplina. “Cuando recibí la petición, se la pasé a mi jefa de prensa… y encantadísimo. Incluso prefiero este reportaje en Shangay antes que otro en cualquier revista donde se consideraría ‘lo normal’. Somos todos iguales, cada uno con sus gustos. Hay que ser tolerantes y no poner etiquetas. Estoy muy agradecido y creo que nos ayudamos mutuamente a nivel de visibilidad”, explica Damián Quintero, al que poco le importan los prejuicios y tabúes que aún persisten en su entorno en materia LGTB.
Se agradecen discursos comprometidos como el de este malagueño nacido en Argentina, mejor karateca del mundo en la actualidad y uno de los grandes referentes del deporte español. Tal vez el haber crecido en Torremolinos, una de las capitales gays del sur de Europa, haya influido a la hora de sentir la necesidad de mandar un mensaje de respeto y diversidad: “Claro [risas]. Tengo muchos amigos heterosexuales que trabajan en la noche gay de Torremolinos, y cada vez que voy por allí, encantado. Aún es muy importante la opinión pública, todavía no existe esa mentalidad abierta. Se tendría que valorar al deportista por sus habilidades, sin que importase su condición sexual. Recuerdo haber visto hace poco una foto en Instagram de varios esqueletos, cada uno con una categoría debajo (hetero, gay, trans), pero todos eran iguales, y así es como debería ser”.
Quintero, número uno del ranking de la WKF, 8 veces campeón de Europa y una vez campeón del mundo en la categoría de Kata –series específicas de movimientos, con pasos y giros junto a técnicas de brazo o pierna– se puso el cinturón encima del tatami por primera vez a los 6 años, después de ser rechazado meses antes por su corta estatura. Sin embargo, hay una fecha que jamás olvidará: el momento en que su deporte se convirtió en disciplina olímpica de cara a los Juegos de Tokio 2020, y motivo por el cual ha pedido una excedencia en su trabajo como ingeniero aeronáutico. “Fue el 3 de agosto de 2016. Llevábamos muchos años esperando que nuestro deporte entrara en el programa olímpico… Estábamos en la sede de TVE, en directo, viendo cómo el presidente del Comité Olímpico Internacional daba el ok definitivo… Es cierto que más o menos ya se conocía la noticia, pero hasta que no lo ves… Fue una tremenda alegría, estamos en el lugar que nos merecemos”.
Toda una vida esperando un momento –“tengo la sensación de no poder fallar”, masculla– para el que aún faltan más de dos años, una obstinación para la que ha recurrido a ayuda profesional: “Gracias a mi psicólogo, que no me permite hablar de Tokyo 2020, ya no es tanta obsesión. Aun así te respondo [risas]. Tienes que dejar la cabeza fría, conseguir objetivos a corto plazo y continuar con la planificación para estar en la gran cita”, concluye.
¿Cómo es su rutina de entrenamiento? ¿De dónde le viene el punto exhibicionista?
Su rutina comienza con un copioso desayuno a las 8’30 de la mañana y se desarrolla hasta bien entrada la tarde en el Centro de Alto Rendimiento del Consejo Superior de Deportes, lugar donde nos citó para esta entrevista. Allí pudimos comprobar cómo, además de pulir cada movimiento, tiene especial mimo a la hora de acicalarse el karategui, término con el que se conoce a su específico kimono. “Además de la técnica y la condición física, la estética es importante, y todo suma: ir bien peinado, con el kimono impoluto… Los árbitros son humanos y también tienen en cuenta ese aspecto”, nos explica, antes de reconocer la importancia que él mismo le da a su imagen, y que no tiene reparo en proyectar en redes. “Soy presumido, me gusta vestir bien, ir arreglado y conjuntado. También me gusta dar la sensación de que somos humanos y no solo vivimos encima del tatami… Creo que así llego a más gente y no solo a aquellos a los que les interesa mi deporte. ¿Exhibicionismo? Bueno, un poquito cuando voy a la playa [más risas]”.
No le preocupan los haters que critican su exposición, o los puristas que entienden el kárate como un arte marcial milenario que no debería suponer una competición: “El kárate es una filosofía de vida que también se puede practicar como deporte, tiene su federación y competición. Yo lo vivo así, y de ahí vienen todas mis ayudas. Los hay que incluso creen que el olimpismo perjudica al kárate…, pero yo creo que es todo lo contrario”.
shangay
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