Los padres del karateca malagueño Damián Quintero relatan sus inicios en España y en el deporte. Procedentes de Buenos Aires, se trasladaron a Torremolinos buscando un futuro mejor para sus hijos
Parece imposible que una persona que lo ha ganado todo siga encontrando la excusa perfecta para no perder nunca las ganas de seguir creciendo. Una motivación que siempre ha encontrado en casa. Cuando se le pregunta al karateca malagueño Damián Quintero si puede mostrar su última medalla siempre niega con la cabeza y con orgullo contesta que no, que esa presea está con sus verdaderos dueños, sus padres. Nos trasladamos a su habitación de la infancia, en Torremolinos, para ver todos los trofeos, medallas, placas y demás méritos que Hugo Quintero y Miriam Capdevila acumulan con orgullo; eso sí, manteniendo dos huecos para dos sueños que a su hijo le quedan por cumplir. Para uno de ellos tendrá que esperar a los Juegos de 2020; el otro, el ansiado oro individual del Campeonato del Mundo, podría llegar esta semana, en la cita que inicia Quintero en Madrid. De conseguirlo, pese a que parezca raro, sería su primer título de campeón mundial, ya que antes consiguió el oro universitario y por equipos, en 2014, siempre en kata.ç
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Las raíces del karateca son argentinas, concretamente de Buenos Aires, aunque en él no quede un ápice de acento. En un momento complejo en el que lo que debería parecer insólito se tornó habitual, Miriam y Hugo, con poco más de 30 años, decidieron luchar por otro modo de vida. «Llegó un momento en Argentina en el que nos pusieron una línea roja (metafóricamente) y nos dijeron: ‘De la línea hacia allá está el progreso y tú no la vas a cruzar nunca’. Ahí dijimos, si no la cruzamos nosotros no pasa nada, pero que no la crucen nuestros niños…», rememora el padre. Su mujer termina de contar la historia: «Un día estábamos comiendo con unos amigos y vimos por televisión que los tanques comenzaban a llegar por la carretera; justo en ese momento, una amiga nos señaló, por un anuncio en un periódico, que en España requerían odontólogos», rememora Miriam, justo su profesión. Su primera opción era Australia, de hecho, ya tenían todos los papeles reglados para comenzar allí su nueva vida; sin embargo, precisamente esta oferta de trabajo les hizo cambiar de rumbo. Así, buscando un lugar de playa, llegaron a Málaga en 1989, justo en los días posteriores a las mayores inundaciones que ha sufrido la provincia, durante 25 días y hasta ocho víctimas mortales. Mientras Málaga se recuperaba de aquello, ellos se asentaban en Torremolinos, con un hijo de cinco años y una hija de siete.
Con dos niños pequeños viviendo algo similar a una aventura, se hicieron pronto a su nueva casa y, en el caso de Damián, incluso ya destacaba en el deporte. «Nació para esto. Cuando estaba en el colegio le querían para un equipo de waterpolo y también en baloncesto», comienza la madre. Pero pronto se decantó por el karate, en el gimnasio Goju Ryu de Lorenzo Marín. «A los ocho años fue a su primer Campeonato de España, era por grupos mixtos de cinco y los descalificaron porque sobrepasaron una línea del tatami. Ellos no lo sabían, entonces en el gimnasio sólo tenían un suelo de parqué», recuerda Hugo. Con los años y tras mucho esfuerzo, Damián nunca dejó de ganar y detrás de cada competición siempre estuvieron ellos, ya fuera por Europa o hasta Japón, en las victorias y derrotas. «Cuando pierde no habla, hay que dejarle solo, que haga su duelo; luego se le pasa», asegura Miriam. Ella fue una de las culpables, además, de que se sacara su carrera de Ingeniería Aeronaútica «Siempre he sido exigente con los estudios de los dos, que estudiaran lo que quisieran, pero que lo hicieran y fueran independientes. Además, él siempre sacó muy buenas notas sin estudiar demasiado», asegura, tras comentar su pasión por los aviones y los números, ya desde pequeño. Inteligencia y carácter podrían servir para definir al karateca, principios necesarios para un deportista que ansía lograrlo todo: «Tiene los objetivos bien marcados, sabe lo que quiere y lucha por ello», dice Hugo, también el segundo nombre de Damián, al que siempre verán desde la grada, buscando transformar en oro todo aquello por lo que ha luchado
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